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"El niño es el padre del hombre;
y desearía que mis días estén
uno a uno ligados a la piedad natural."

William Wordsworth, "Mi corazón salta"
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EL GUARDIÁN (vídeos)

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MUTARI IN ALITEM

jueves, 4 de octubre de 2012

LO DESCONOCIDO









LO DESCONOCIDO














      Y ahora sí, bajo a la vida, procuro entrar a los sitios, a los lugares, y lo dejo dispuesto de esta manera que no parece ni verdad ni mentira sino el azogue por entender un laberinto que se comunicaba con lo que yo sabía sobre mis pies. Eran las horas como distintos tonos de un mismo aire, el aire; era lo que veía por todas partes y lo demás el olor, los tamaños, la vejez de las cosas.

La eternidad de lo desconocido que nunca explica por qué, dónde, en qué pregunta del cuerpo se nos clavó. No puede ser, no me puedo mover, es necesario que haya un dibujo que se descuelgue de allí, que se desprenda en un libro en el que había una campana, tal como si ella fuese una mujer que me doblase justo en la puerta, en una puerta en la que suena esa campana de aquellos días en los que ella no era sino un ruido bobo, insustancial, crucial para el aburrimiento, crucial para que apareciese la angustia, decisivo y crucial para el embaucamiento que ha persistido tal como estuvo en sus ojos.


















POR LAS NOCHES








 POR LAS NOCHES














      Aquí se ve claramente todo lo que pasó, hay espacios vacíos, ampulosos, bestiales, sitios en los que puedes perder hasta el sentido de finitud.


Porque hay determinados lugares que son los únicos, los únicos en los que se desfragmenta el tiempo…  ¡Oh qué palabra, desfragmentar!, como si acaso él estuviera hecho de hilos, como si por llamarlo así con esa palabra rectangular se pudiesen medir esos rincones vacíos que fueron migas de pan,  esos espacios inciertos que era preciso crear cada vez al mirarlos. ¡Oh el tiempo!, esa palabra que nada dice y a la que siempre acudimos para eludir tanta presencia, en un afuera continuo.


Lo otro, lo que no acierta a pronunciarse jamás por temor a los imbricados trocitos de formas asidos por las minúsculas manos, llenas, todas tan llenas aquellas manos del asa, del roce, del rencor de abrochar la curva de aquella esquina donde detrás la luz era lo otro. Y el viento afuera, y el suelo  allí  donde de pronto miro, me miro de qué manera miré y es como si destapara una  imagen que lleva siglos anticipada en hoy; ya no veo mis ojos, se han hecho puentes, cada trocito de cal, los colores dudosos, las sombras que se juntaban convocando las cosas: abajo, arriba, no se han movido de donde las dejé, las ventanas no representan ser lo que son, se parecen al miedo, al entusiasmo, a todo lo incomprensible. Tan familiar y tan lejos. Hay un gesto perenne como de niña hambrienta, como de voz enjaulada, como de voz que retumba, como de voz que se expresa con absoluto silencio para que un día al fin, con absoluto candor, con todo el miedo.















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